Cuando sientas que has dejado de ser tú mismo, cuando todo lo que te rodea te parezca extraño, ajeno y distante, es el momento de hacer un balance, un análisis de cómo llegaste a esta situación, para luego, divorciarte de todo lo que te hace daño, de todo lo que te aleja de tus deseos y sueños, para comenzar de nuevo. ¡Divórciate!…
Divórciate de la amargura, la tristeza, la envidia, los rencores, las malas caras, el mal pensar de los otros, la ignorancia espiritual, la hipocresía y la falta de sensibilidad. Divórciate de la mediocridad, la arrogancia y la petulancia, del pensar que eres mejor que los demás y de lo negativo que pueda privarte de ser una persona honesta contigo misma.
Divórciate del estrés y la angustia que produce buscar la aprobación de los demás, por tu forma de vestir, casa, carro o bienes, olvídate del qué dirán. Divórciate del sentimiento de culpa y de la ansiedad que produce en el presente, deja de inmovilizarte por lo que sucedió en el pasado, reconoce que cometiste errores y trata de no volverlos a repetir, es mejor aprender del pasado que quejarse de lo que ya sucedió.
Si logras divorciarte de lo que no te hace bien, aprenderás a aceptarte cómo eres, con tu físico, con tu forma de ser, aceptarás las cosas que te rodean sin quejarte por ellas, sin ofenderte.
Es genial ser feliz y vivir esperando el nuevo día con expectativas, crear sueños para luego despertar y comenzar a realizarlos, encontrar amigos que están esperando que lleguemos y digamos algo bueno. Saber que con tus palabras puedes hacer sentir bien a alguien, que puedes extender tu mano y ayudar sin tanto pretexto.
Declárate soltero de los malos sentimientos, cásate con la felicidad y prométele serle fiel por el resto de tus días.